Descubrí a Los Planetas a los 15 años. Entre los 15 y los 17 fue un periodo en el que descubrí mucha música por mí misma. Recuerdo lo que sonaba en la radio en ese momento y no me emocionaba, y yo sabía, por lo que había visto en mi casa, que la música tenía que emocionar; si no, no estaba cumpliendo su cometido. Por ejemplo, mi padre se emocionaba con los Beatles, vibraba con ellos. Mi madre, en cambio, lloraba escuchando a Julio Iglesias. Por eso, no quería conformarme con una música que, aunque no estaba mal, solo llenaba el silencio sin lograr una verdadera conexión conmigo.
A lo largo de mi vida me he encontrado en citas con personas increíblemente atractivas y pensé, ‘qué pena que no conectemos en absoluto’. A pesar de su belleza, la conversación simplemente no fluía. Agradecí sinceramente su esfuerzo, pero la química no estaba ahí. Sin embargo, lo que no funcionó para mí podría ser perfecto para alguien más; al final, tanto el amor como la música son profundamente subjetivos.
La cuestión es que a los 15 años, después de las clases y de hacer los deberes, me iba a mi habitación y me descargaba música, lo más interesante que había visto por la MTV. Fueron unos años intensos en los que mi MP3 no paró de llenarse de grupos como Muse o Placebo. Navegaba por internet y gracias a Fotolog descubría perfiles de chicas más mayores que yo que contaban su vida y siempre recomendaban alguna canción. Una fotógrafa de Barcelona muy moderna y cool recomendó a unos tales Los Piratas. Los descargué, pero eso será otra historia.
Otra chica de Málaga, de la que hoy en día ya no sé nada, pero que tenía muchos seguidores y comentarios, recomendó «Si está bien» de Los Planetas. Y allí fui: tecleé letra por letra y esperé a que la barra gris se llenara de verde, señal de una descarga satisfactoria.
Escuché como quién sabe que algo está a punto de cambiarle la vida. Era una canción melancólica y pesada pero no llegaba a ser triste; las guitarras eran ruidosas e intensas. Nunca había escuchado nada parecido. Apenas podía entender lo que cantaba la voz.
Si está bien…
si todo está tan bien
¿Por qué duele así, por dentro?
Si está bien
Si es tan fácil
¿Por qué este dolor que siento?
Cada vez que la escuchaba, sentía que revelaba una verdad oculta, esa sensación que a menudo experimentaba pero raramente articulaba. Aunque en la superficie todo parecía estar en orden, había momentos en los que, por dentro, algo no se sentía bien, como si hubiera una disonancia emocional que no lograba entender ni expresar.
Esa pregunta retórica, tan sencilla y directa, capturaba perfectamente el conflicto interno que enfrentaba a esa edad, que era haber perdido a mi padre apenas un año atrás. Me recordaba a esos momentos en los que, a pesar de las apariencias, algo (o mucho) dentro de mí no estaba bien aunque todo lo demás pareciera en calma. Era un recordatorio de que la felicidad verdadera va mucho más allá de lo que otros pueden ver, y que a veces necesitamos detenernos para escuchar esos sentimientos ocultos que, por vergüenza o miedo, no queremos mostrar al mundo.
Esta canción hablaba de esa disonancia, del desafío de reconciliar lo que mostraba al mundo con lo que realmente sentía por dentro. Me enseñó la importancia de enfrentar la realidad de mis emociones y buscar una comprensión más profunda de mí misma. Me sentía comprendida.
La música de Los Planetas ha sido una constante en mi vida desde entonces, acompañándome a través de diferentes etapas y retos. Cada una de sus canciones parece tener la habilidad de tocar una fibra diferente, adaptándose y resonando con cada estado emocional por el que he pasado.
Con ‘Segundo premio’, mi canción favorita, entendí que el desamor no sólo existe entre una pareja romántica. Que la decepción y la resignación pueden darse también en la familia y en la amistad.
A lo largo de los años, Los Planetas no solo han marcado hitos personales en mi vida, sino que también han sido una fuente de consuelo y comprensión. Han sido compañeros de viaje para navegar la complejidad de la vida, recordándome la importancia de alinear mis emociones internas con mi exterior. Al igual que ellos convierten sus alegrías y pesares en canciones, yo transformo mis propias emociones en ilustraciones. Cada canción de la banda es un recordatorio de que la vida, con sus luces y sombras, merece ser expresada y, a veces, la mejor manera de hacerlo es convirtiéndola en arte.
A lo largo de mi vida me he encontrado en citas con personas increíblemente atractivas y pensé, ‘qué pena que no conectemos en absoluto’. A pesar de su belleza, la conversación simplemente no fluía. Agradecí sinceramente su esfuerzo, pero la química no estaba ahí. Sin embargo, lo que no funcionó para mí podría ser perfecto para alguien más; al final, tanto el amor como la música son profundamente subjetivos.
La cuestión es que a los 15 años, después de las clases y de hacer los deberes, me iba a mi habitación y me descargaba música, lo más interesante que había visto por la MTV. Fueron unos años intensos en los que mi MP3 no paró de llenarse de grupos como Muse o Placebo. Navegaba por internet y gracias a Fotolog descubría perfiles de chicas más mayores que yo que contaban su vida y siempre recomendaban alguna canción. Una fotógrafa de Barcelona muy moderna y cool recomendó a unos tales Los Piratas. Los descargué, pero eso será otra historia.
Otra chica de Málaga, de la que hoy en día ya no sé nada, pero que tenía muchos seguidores y comentarios, recomendó «Si está bien» de Los Planetas. Y allí fui: tecleé letra por letra y esperé a que la barra gris se llenara de verde, señal de una descarga satisfactoria.
Escuché como quién sabe que algo está a punto de cambiarle la vida. Era una canción melancólica y pesada pero no llegaba a ser triste; las guitarras eran ruidosas e intensas. Nunca había escuchado nada parecido. Apenas podía entender lo que cantaba la voz.
Puedo hacerlo con el corazón roto
Navegando por esta reflexión sobre convertir la pena en una historia que contar, me sumerjo de lleno en el último disco de Taylor Swift. «The Tortured Poets Department» tiene una de mis frases favoritas, que explora con profundidad la resiliencia personal y la disparidad entre la percepción pública y la realidad privada: «I Can Do It With A Broken Heart».
La canción empieza mostrando la diferencia entre cómo la gente ve el éxito y cómo en privado se lucha con el dolor emocional. Enfatiza la capacidad de «hacerlo» con el corazón roto, aprender a sobrellevar el dolor personal mientras se cumple con las expectativas externas. Creo que es imposible no sentirse identificada.
¿Cuántas veces nos hemos presentado a un examen rotas por dentro? ¿Cuántas veces hemos activado nuestro piloto automático para seguir con nuestra rutina de trabajo después de un desgarro en nuestra alma? Lo más duro de la vida es entender que después de una ruptura o una muerte, incomprensiblemente, el mundo no se para. Los días pasan, las obligaciones pesan y en mitad de una vorágine emocional debemos cumplir con ellas.
La alarma suena cada mañana, el correo llega al buzón, las reuniones siguen convocadas: las responsabilidades no se toman un descanso. ‘I cry a lot but I am so productive, it’s an art’. La presión por no detenerse. La ironía dolorosa de funcionar y cumplir con las demandas de la vida, incluso cuando uno tiene el corazón roto.
Pero esta habilidad, la de «hacerlo con el corazón roto», como menciona Taylor, no es simplemente una muestra de resistencia, sino un testimonio del espíritu humano para seguir adelante a pesar de las dificultades. Es un poderoso recordatorio de que nuestras luchas internas son parte integral de nuestra humanidad, y que enfrentarlas con dignidad y valentía es una forma profundamente personal y universal de arte.
Convertir el dolor en placer
Diana de Gales se convirtió en un ícono no solo por su estilo y compromiso con causas humanitarias, sino también por la honestidad emocional que mostraba, incluso en momentos de profundo sufrimiento personal. Un momento particularmente remarcable fue su aparición pública en el «vestido de la venganza».
El 29 de junio de 1994 el príncipe Carlos admitió públicamente en una entrevista televisiva su infidelidad con Camilla Parker Bowles. Aunque Diana y él ya vivían separados, todavía estaban casados legalmente. Esa misma noche Diana asistió a una gala en la Serpentine Gallery de Londres. Allí deslumbró a todos con un vestido negro de seda diseñado por Christina Stambolian, un look ceñido y con los hombros descubiertos que rompía con las normas tradicionales de vestimenta de la realeza, haciéndolo aún más impactante.
Lo más interesante es que Diana inicialmente había planeado usar un vestido de Valentino para la ocasión, pero decidió en el último momento cambiarlo por el ahora icónico «vestido de la venganza». Este vestido llevaba guardado en su armario durante tres años, esperando el momento adecuado para ser usado. Según Stambolian, Diana eligió esa noche como la ocasión perfecta para mostrarlo.
Esta elección se interpretó como una poderosa declaración de resiliencia y desafío frente a la traición de su marido y la presión mediática. Diana no solo desvió la atención de la confesión de Carlos, sino que también demostró su capacidad para transformar una situación dolorosa en una oportunidad para reafirmar su dignidad y fortaleza personal. La imagen de Diana en ese vestido sigue siendo un símbolo perdurable de resistencia y empoderamiento femenino.
Quiero terminar esta carta reflexionando sobre esta situación, sobre todas esas mujeres que lo han hecho a pesar de tener el corazón roto. Nosotras mismas hemos sido y somos esas mujeres. Los periodos de adversidad pueden convertirse en oportunidades para mostrar nuestra verdadera fuerza y valentía.
Tanto Taylor como Diana nos enseñan que incluso en nuestros momentos más oscuros, podemos encontrar la manera de brillar y seguir adelante con dignidad.